Fueron amigos durante muchos años. Compartieron charlas, inquietudes y, cómo no, mucho pádel. Roque Giordano, una de las personas que mejor conocían a Elías Estrella, nos ofrece esta emotiva carta, en la que recuerda cómo fue su relación con un jugador cuya pérdida ha causado un gran dolor en el mundo del pádel.

Padel World Press .- Elías era uno de mis amigos favoritos. Me encantaba contestar que ‘sí’ cuando alguien me preguntaba si él era mi amigo. Me llenaba de orgullo, por eso la afirmación siempre era certera e iba acompañada de una sonrisa… Para que no quedasen dudas y para que, además, mi interlocutor supiese que eso me hacía feliz. Porque era un extraordinario jugador de pádel pero tenía algo más; creo que también era uno de los seres más bellos y buenos que he conocido. No era un secreto, todo el mundo se daba cuenta. Y el Eli nos dejaba a todos ser su amigo.

De todas maneras, más me gustaba que él reconociera en mí un amigo. Cuando alguien a quién admiras muchísimo te larga un “hola, amigo”, “¿cómo estás amigo?”, te da permiso también para considerarlo dentro de tus amistades. Me encantaba que más allá de lo grupal, buscase el dialogo íntimo. Cuando me invitó a su despedida en Basquiat, a horas del viaje a España sentí que la querencia era recíproca. Conversamos mucho esa noche, no sé por qué. Tal vez me sentí en la obligación de aconsejarlo por ser algo mayor que todo el grupo de los concurrentes…

Creo que no estaba muy seguro de viajar. Me puedo equivocar, no era algo que él hubiese mencionado sino más bien un sentimiento que pude leer entre líneas. Hablamos mucho de su regreso, insisto en que no estaba del todo cómodo con dejar a su familia, a su novia Jimena (aunque pronto lo acompañaría en la aventura) y a sus amigos aquí. Quizás fue algo de esa noche, quizás era la melancolía disfrazada de alegría en el ambiente o quizás era lo que yo hubiese preferido que sienta. Traté de encontrar todo lo positivo que uno puede encontrar para animarlo. Qué la majestuosidad de Barcelona, el profesionalismo, el orgullo de los viejos, la vuelta… Luego fuimos a bailar a Sr. Ming. Era domingo y yo conocía a alguien. Nos hizo pasar, o algún descuento, y me gustó pensar que ese fue mi regalo. Después se hizo tarde y volví a mis sombras.

Ese verano nos habíamos visto bastante. Andrés y Pablo prácticamente vivían en el Pádel y Elías también. Siempre era el primero en ofrecer ayuda. Para levantar los platos de la mesa o para lo que sea. Cuando uno empezaba a desconfiar de su autenticidad (como uno es malo, siempre piensa que los demás también lo son), paf! te daba una cachetada de bondad. Nunca le parecía de más dar un halago. Con Jime recompensaron mi esfuerzo en el arte culinario proponiéndome a cocinarles en su casamiento. Ya quisiera uno…

Los más grandes del Lavalle Pádel (que bien pudo ser su tercera casa, o la segunda) decíamos que estaba condenado a ser el mejor del mundo. Tal vez sin tener las herramientas adecuadas para juzgarlo, pero creyendo en su innegable poder de superación. Era extremadamente humilde. Fuera de la cancha, tenía los pies bien anclados en la tierra para no creérsela. Adentro no, tenía alas, volaba. Siempre supe que era el Messi del pádel. En cuanto estaba 15 días sin tener noticias suyas ya había escalado 2 o 3 escalones. Tres meses sin tener noticias suyas y luego, había quebrado una barrera que nunca más iba a ser un obstáculo. Cuando jugaba un partido nunca salía siendo mismo. Ganando o perdiendo, salía por la puerta siendo mejor. Más completo, más gigante a pesar de su altura, más mago, más fuera de lo terrenal. Si en algún peloteo me tocaba ser su compañero, me gustaba perder para poder bromear sobre que yo era el único que podía hacerle perder… Pero nunca perdía. Más allá del resultado, siempre ganaba. En experiencia o en caballerosidad.

Este lunes había terminado de arreglar (aunque él no lo supiera) nuestro reencuentro. Lo iba a estar presentando el próximo fin de semana en un torneo exhibición en el cuál también estaría presente el mejor jugador de todos los tiempos. Hasta que llegó el desgarrador mensaje.

Se fue antes. Mucho antes de lo que todos hubiésemos pensado o querido. Me hubiese encantado haberle escrito todo el orgullo que sentía por él, como muchas veces proyecté y nunca hice. Me hubiera gustado presentarlo una vez más (la última vez que lo hice ante un micrófono, lo presenté como nº 1 de la Argentina y como ‘mi amigo’). Me hubiese encantado verle la cara sonriente una vez más. Me hubiera gustado que estas lágrimas no cayeran sobre el teclado.

No pienso en él y en mis cuentas pendientes. Tampoco me parece justo que vos lo hagas. Todos lo quisimos y con su gran corazón nos quiso a todos. Quisiera alegrarme y todavía no puedo por los años que nos regaló. Lo conocí hace mucho. Él tenía 5 años y no llegaba a la red de la cancha en dónde le di una ‘clase’ en la escuelita. A partir de aquel día, fue mi maestro y yo su alumno. Espero que ahora que lo tiene a su lado, Dios, pueda aprender del Eli muchas cosas. Entre ellas, a ser más justo y bondadoso.

Roque Giordano

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