La estampa de ese abrazo sobre la moqueta azul de los campeones del Estrella Damm Valencia Master retrata el valor de un sufrido triunfo. La imagen posterior, en cambio, la de Paquito Navarro alzando en brazos a su compañero, Sanyo Gutiérrez, simboliza la incipiente conexión de dos genios del pádel. No te pierdas este completo análisis que nos ofrecen los compañeros de Padelazo.

Padel World Press .- Conseguido el título en Valencia, recuperada la segunda plaza del Ranking Masculino World Pádel Tour, resulta demasiado sencillo loar el desempeño del sevillano y del de San Luis en esta segunda prueba del Circuito Profesional.

Pero no se trata del resultado sino del camino. En él se aprecian detalles que explican mucho mejor que un marcador el presente y el futuro de esta dupla. Por ejemplo, su tenacidad para insistir, esa resistencia para no desfallecer, el carácter para reponerse y elevarse hacia la gloria.

Paquito y Sanyo estaban señalados, desde el primer día en que anunciaron su unión, como aspirantes a pelear el número uno a Bela y Lima pero también lo estaban como carne de conflicto por lo que muchos entendían como la conjunción de dos temperamentos llenos de aristas.

El triunfo, el modo en que lo han conseguido, ha arruinado aquellas profecías que advertían de esa supuesta incompatibilidad de ambas personalidades que debía aflorar en cuanto las adversidades les obstaculizaran el camino.

Lagunas en el juego

Su actuación en Gijón, las dificultades que atravesaron en la primera prueba del año, su eliminación en semifinales ante Maxi Sánchez y Matías Díaz, sirvieron para dar pábulo a las teorías más catastróficas.

Es cierto que en tierras asturianas no jugaron bien. Y tampoco en Valencia arreglaron sus problemas en el juego. Paquito y Sanyo sufrieron mucho en su trayecto por el Cuadro. Demasiado. En octavos, por momentos, estuvieron fuera del campeonato ante los espléndidos Javier Concepción-Uri Botello (3-6, 7-6 y 6-2). En cuartos, el 5-2 del primer set a favor de Juan Martín Díaz-Cristian Gutiérrez (7-5 y 7-6) retrató a una dupla a merced de sus contrarios. Incluso en la final, en varios instantes se encontraron contra las cuerdas ante el firme empuje de Maxi Sánchez y Matías Díaz (7-6 y 7-6).

“Ni en Gijón éramos tan malos ni ahora somos tan buenos”. La frase, recurrente en el ámbito de la competición deportiva, la empleó el propio Paquito Navarro tras ganar la final de Valencia. En ella hay implícito un reconocimiento a las lagunas del juego que aún padecen tras un puñado de entrenamientos juntos y dos torneos disputados. Pero, al mismo tiempo, hay también una invocación a la mesura, una llamada a la fe de quien se ha ganado a pulso crédito suficiente en su precoz y brillante carrera.

Porque esa irregularidad en el juego también dejó momentos espléndidos, un faro que debe iluminar el camino que se le presenta a esta dupla mágica. Por ejemplo, la portentosa actuación en semifinales para eliminar a Bela y Lima (6-4 y 6-2), que regaló un encuentro sublime, inolvidable. También en la final hubo espacio para admirar el talento desatado de ambos, un atisbo del nivel que pueden ofrecer.

El carácter, su fortaleza

Era el carácter, la capacidad de ambos para enfrentarse juntos a las adversidades lo que, presuntamente, iba a penalizarles a criterio de muchos agoreros. Así lo proclamaban desde el principio. Como si esta pareja, más allá de su talento, estuviera predestinada al fracaso por cuestiones de personalidad y no de juego. Y, sin embargo, paradójicamente, ha sido la mentalidad, el temperamento, la tabla de salvación para elevarse hasta su primer título. Cuando la tempestad arreciaba, ellos encontraron el salvavidas en lo que otros habían señalado como un lastre.

Baste apenas un par de datos para resaltar la evidencia. En su camino hacia el título, Paquito Navarro y Sanyo Gutiérrez disputaron cinco partidos. En tres de ellos, fueron a remolque desde el inicio y se vieron obligados a remontar para seguir en competición. Sólo en semifinales, ante Bela y Lima, lograron no despegarse en el marcador y fueron ellos quienes demarraron. Los malos inicios, desde luego, deben ser objeto de análisis y corrección por parte de ambos. Sin embargo, la capacidad de reacción que demostraron, define bien la naturaleza de la dupla y les ofrece un valioso pilar sobre el que construir su futuro.

El otro detalle que redunda en el valor del carácter de este dúo genial lo ofrecen los marcadores del Estrella Damm Valencia Master 2016. Para levantar el trofeo de campeones, el sevillano y el puntano se vieron obligados a disputar hasta cinco tie break, repartidos en cuatro de los cinco encuentros que disputaron. Todos ellos cayeron de su lado. En la final, por ejemplo, le dieron la vuelta a un 1-4 en ese duelo sobre el alambre del primer set y acabaron anotándose esa primera manga.

Puede que haya quien quiera explicar esto a través de la fortuna. Está en su derecho. Pero en un tie break, cuando la pista se achica, el brazo se encoge, el corazón se desata y la razón se nubla, el azar acaba siendo una cuestión menor. La providencia pierde sitio en favor de la determinación.

Talentos intercomunicados

En algunos tramos del torneo, Paquito y Sanyo se vieron desarbolados por sus contrarios. Instantes en los que parecieron ir a la deriva, como si no tuvieran respuestas a los enigmas que les planteaban desde el otro lado de la red. Su reacción fue providencial. Bastó el acierto de uno, el detalle del otro, para acabar por prender el genio de ambos. En algunos momentos de la final, por ejemplo, ocurrió así. Como si la magia de ambos se retroalimentara.

Con 5-4 abajo y saque de Maxi para cerrar el primer set, después de no haber logrado ni un sólo punto al resto en los dos últimos juegos, emergió Sanyo con un remate y una volea para amenazar ese servicio. Los gritos de celebración de Paquito, algo apocado en esa fase, fueron notorios. A continuación, llegó la ansiada rotura después de que el sevillano rescatara de fuera de pista un remate por tres metros de Maxi, un ejercicio de fe que culminó Sanyo con otro de sus remates. La acción equilibró el duelo y les volvió a conectar a un partido que acabaron llevándose.

El abrazo de Paquito al final del partido, ese alzamiento en brazos de su compañero, fue un claro reconocimiento del sevillano a la categoría de Sanyo. Los gestos del puntano señalando al de Mystica trataron de devolver esa admiración. La maestría de uno despierta la genialidad del otro.

Sanyo, muy cercano

Tras la eliminación de Paquito y Sanyo en Gijón, el argentino reconoció como error propio haberse ‘resignado’ al aislamiento al que sus rivales le condenaron y no haber sido más insistente en la ayuda a su compañero, sobreexigido por sus contrarios. En Valencia, en cambio, vimos a Sanyo mucho más próximo a Paquito lo que, en varios momentos clave, evitó que el de San Luis volviera a ser víctima de esa desconexión. Por ejemplo, ocurrió en la semifinal y también en la final.

El de HEAD es un auténtico mago capaz de embrujar el juego, de hipnotizar cada intercambio hasta apoderarse del ritmo del partido. Ahora, además, si mantiene este rol más psicológico, el crecimiento de la pareja será notorio.

Paquito, del histrionismo a la motivación

El sevillano es un jugador acostumbrado a mantener una conexión directa con la grada. Es una relación que se reproduce en cada encuentro que disputa. El cariño del público hacia Paquito Navarro esta fuera de toda duda. Como también la necesidad que tiene el jugador de sentir ese afecto de la grada. Sin embargo, en ocasiones, el andaluz se excede en su particular show y acaba siendo víctima de su propio histrionismo.

En la victoria de semifinales ante Fernando Belasteguín y Pablo Lima, la actuación de Paquito fue sobresaliente. Enchufado desde la primera bola, agresivo en su juego en la red y muy firme al fondo. Ni las pelotas dudosas ni el innegable pique psicológico con sus rivales lograron descentrarle. Paquito se centró en el encuentro. Esta vez, sus gritos, sus gestos, otrora invocaciones a su afición, le sirvieron de motivación en un encuentro precioso que acabó con una victoria brillante ante los números uno. Ése es el camino de este jugador estratosférico.

Padelazo

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